¿Tiene el software libre alguna relación con otros movimientos sociales? Persiguiendo el núcleo de la vida misma.

Hoy desperté de un sueño hermoso: «era libre de verdad»; estaba entre una multitud de gente que bailaba y cantaba una canción tribal, afro-americana o algo así. Un tipo -que parecía el guía de aquella batucada-manada callejera- me hacía un gesto para que yo comenzara a armonizar la melodía principal, entonces cantaba y la gente sonreía bailando al ritmo alocado de algún tambor.

Era muy alegre y placentero. Al despertar, me quedó esa sensación en la boca y recordé los días de hacklab en la estación de ferrocarril recuperada por los vecinos (17 y 71), en La Plata. Un hacklab (término que nunca empleamos pero que ahora me gusta cada vez más) es un «taller informático libre», o sea un lugar donde se divulga la libertad. ¿Qué libertad? Bueno, varias libertades en verdad: las de la cultura libre, el software libre, y las relaciones libres… Con esto último voy a que una relación es libre si no existe opresión: no me estoy refiriendo necesariamente a una relación sexual, sino a cualquier relación entre seres.

¿Por qué rescato aquellos días? No envidio mi vida pasada, el presente está repleto de sol, huerta, familia, amistades, frutos y esperanzas, pero en aquel hacklab de Estación Provincial ocurrieron cosas que tuvieron que ver directamente con lo que yo llamo «el núcleo de la vida».

¿Cómo explicarlo? Era pura intuición, creatividad, locura, sin sentido, era crear por crear… investigar como lo hace una bebé cuando se sienta en el pasto, rompe una hojita de trébol, la mira y sigue adelante como si nada.

Es esa libertad que sienten algunas pintoras cuando están despojadas de presiones o miradas externas, de exigencias que no tienen que ver con el arte. Seguro que hablo de aquella libertad de la música que improvisa lo que sea, jazz, rock, silbidos callejeros. Una libertad animal.

¿Y cómo puede funcionar un taller informático de tal manera? No lo sé. Un día comenzamos con un programa de radio sobre software libre que se llamaba Oveja Electrónica, José, Adrián, Mauro (+ su novia y una amiga) y yo. A la otra semana ya estábamos en un remolino de ideas pensando trasladar también todo lo que ocurría allí a un centro cultural… recuerdo que escribimos un texto bastante informal de puño y letra ese mismo día y lo presentamos a la benévola comisión directiva de la estación de ferrocarril recuperada por las vecinas, conformada por abuelas y jóvenes. Lo aceptaron y en pocos días ya estábamos allí con instrumentos musicales, computadoras, risas y mates, con las amigas.

Siempre caía alguien nueva (niñas, jóvenes, adultas, abuelas), generalmente por escuchar el programa de radio que iba todos los jueves a las 21hs por FM Futura (la cual se administraba de forma comunitaria en asamblea). La gente que veía lo que hacíamos allí generalmente huía despavorida a la primera de cambio, a veces duraban 2 o 3 encuentros… se iban, ya fuera por aburrimiento, por sorpresa o por desconcierto: captaban que no aprenderían nada de «computación para trabajar», sino que se trataba de un lugar de re-creo casi infantil, y reivindico que fuera infantil porque Picasso se pasó la vida mejorando su arte para terminar pintando como una niña. En sus palabras: «Desde niño pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño».

Algunos se sumaban al grupo de manera permanente, y seguíamos delirando. Pero hubo un punto en el cual considero que todo perdió la frescura inicial. La otra vez leía a Casciari acerca de un proyecto que terminaba y otro que comenzaba, y se refería a la situación como de noviazgo absoluto: eso es lo que se rompió, el vértigo del noviazgo.

Mauro y su pandilla de pronto desaparecieron, ellas aportaban el condimento más impredecible al «laboratorio hacker»… él pensaba que Mozart gobernaba el mundo, ¿estaba loco?, no tanto, ponete a pensar ¿quién gobierna verdaderamente nuestras mentes? Era muy bueno jugando al ajedrez, se desempeñaba como pianista extraordinariamente bien (recuerdo que en Bahía blanca había dado algunos conciertos) y siempre parecía burlarse de todo, pero se tomaba las cosas tremendamente en serio, así que cuando opinó que el hacklab era un elemento más de la rutina y de la mediocridad se las tomó y no lo vimos nunca más. Unos meses antes había «matado» a su celular clavándole un destornillador en el «ojo». Es justamente la clase de personas que necesita esta sociedad, gente que pueda ver cómo se diseminan los panópticos e intenta resistir la opresión. La lógica de la esclava es decir NO en algún momento, levantarse contra su opresión y a favor de la libertad de todas las oprimidas.

A pesar de nuestra indignación por su pronta desaparición, poco a poco el hacklab se convirtió en eso que él pronosticó (pero nunca le di la razón hasta el día de hoy…): un lugar común, rutinario, donde se reciclaban máquinas, pasaban personas, se instalaba algún GNU/Linux, se hacía una experiencia de red-libre y comunicación de Voz sobre IP con Ekiga en vez de con Skype y no mucho más… alguna vez intentamos enseñar Software Libre a unas abuelitas y terminamos explicándoles cómo se usaban el mouse y el teclado.

De vez en cuando hacíamos alguna actividad «loca», como por ejemplo irrumpir en un evento de Microsoft y repartir volantes sobre Software Libre: