Algunos abren dos cuentas en las redes sociales: una para contactos
familiares y otra para “defender su privacidad”. Ellos reclaman más
autonomía y los expertos culpan a la cultura del exceso.
Carolina F. tiene 14 años, va a un colegio privado y vive en Caballito.
Una noche, sus papás la vieron posteando fotos en ropa interior en
Facebook, en la computadora de su cuarto. Le prohibieron usar esa red
social. Después, la dejaron volver si aceptaba a uno de sus padres como
amigo. Pero en una reunión, otra mamá les dijo:
"Me contó Julia que Carolina está publicando fotos hot. Tiene dos cuentas, una con un nombre falso".
Las anécdotas, reunidas en una ronda de consultas con psicólogos,
confirman una hipótesis: el estilo de vida de la preadolescencia y la
adolescencia -entre los 10 y los 19 años, según la Organización Mundial
de la Salud- se sigue adelantando. Y los
chicos reclaman cada vez más
autonomía. Si no la consiguen, la buscan en nichos ocultos para los
adultos.
El caso de Magaly, la nena de 12 años que se escapó de su casa de San
Isidro y pasó una noche en la villa La Cava, donde fue abusada, y el de
Daniel Salazar Ramírez, el adolescente de 15 años que murió de un
disparo callejero después de ir a bailar a Flores sin autorización,
actualizaron el debate.
Con la tecnología, los
chicos multiplican sus contactos y las chances de esconderse.
"Que
tengan dos cuentas en Facebook o en Twitter ya es algo común. Sienten
que así preservan su privacidad y pueden contactarse con gente que no
aprueban sus padres, pero no se dan cuenta de que se ponen en riesgo", advierte Cristian Borghello, consultor en seguridad informática y director de la web
Segu-Kids.
"Este es un tema frecuente en las charlas con padres", afirma.
"Si tenemos que mandar una foto, lo hacemos por WhatsApp, es lo más privado: nuestros padres ni se enteran",
cuentan dos
chicos a Clarín. Esta realidad coincide con una mayor
tolerancia adentro de los hogares en relación a otros tiempos, que hace
que los papás duden sobre cómo poner el freno.
"Hay una cultura
juvenilizada; los adultos quieren tener una flexibilidad canchera, pero
eso los complica a la hora de fijar restricciones", analiza Dolores Vicente, licenciada en Gestión Educativa y docente de la Universidad Austral.
En ese contexto, crecen riesgos nuevos. Porque, por naturaleza, los
adolescentes necesitan transgredir. Romper un mandato. Pero, ¿cómo
transgredir cuando los papás consumen la misma ropa, la misma música y
en general acompañan? En algunos casos, entonces, la rebeldía llega más
lejos. Y puede pasar por compartir fotos "hot", iniciarse en la vida
sexual antes de tiempo o adelantar el consumo de alcohol en una salida
secreta.
Contenido completo en fuente original Clarin