A finales del 2010, junto con Gisela Schwartzman escribíamos un
artículo sobre nuestra experiencia en el diseño de materiales didácticos
en formatos hipermediales. Queríamos conceptualizar un rol de autoría
que diera cuenta no ya de aquel perfil de autor de una obra cerrada,
distanciada del proceso de apropiación del lector, sino de otro que lo
que construía, en realidad, era una estructura a partir de la cual mirar
los contenidos. Fabio Tarasow nos dio la llave: el autor-curador. Mencionamos, entonces, en ese artículo:
(el autor-curador) “se expresa a través del conjunto de materiales
expuestos en una única muestra. A través de su selección y articulación,
el autor-curador se propone hacer explícitas las relaciones que existen
entre los distintos textos que conforman su muestra”.
Ahora bien, en función de la circulación del concepto y de sus
modificaciones, me pareció oportuno precisar un poco más nuestro punto
de vista e invitar a la reflexión sobre los alcances que la metáfora
puede tener para los nuevos desafíos educativos.

¿Curador o coleccionista?
Es interesante pensar la confusión entre los términos curador y
coleccionista. La metáfora proviene del mundo de las artes plásticas,
por lo que rastreé artículos y conferencias del área donde se tocan
estos temas y me encontré con un campo vasto plagado de discusiones
interesantes que pueden darnos mucho material para pensar las nuevas
construcciones de significados en el ámbito educativo.
Sin embargo, lejos de la controversia, los límites entre ambas
funciones están bien delimitados. El coleccionismo, en cualquiera de sus
variantes, es la acción de recopilar contenido en función de un interés
particular y, en algunos casos, establecer una categorización o forma
de organización para cada colección. Como notarán, este concepto es
fácilmente asimilable a muchas de nuestras prácticas cotidianas: desde
la organización de la heladera hasta nuestros archivos de trabajo trae
aparejado un procedimiento de selección y organización de contenidos.
Incluso es posible pensar mecanismos de coleccionismo colectivo, como
por ejemplo los marcadores sociales.

Un curador, por el contrario, parte de una selección del material
pero luego genera con ellos una estructura estética a través de la cual
el público ve sus obras. Como observamos, en este caso, es más difícil
pensar acciones cotidianas equiparables con esta definición. Analicemos
un poco más el concepto. El 15 de julio de 2002 se celebró en Buenos
Aires una conferencia cuyo título fue: “Curaduría en las Artes Plásticas: arte, ciencia o política”. Convocados por Esteban Álvarez y Tamara Stuby,
curadores de importantes museos argentinos se dieron cita para debatir
sobre su rol y las diferentes vertientes que lo nutren y desafían. En la
primera parte de la conferencia los anfitriones planteaban las
dificultades para definir el término: “No es tan fácil delimitar o
evaluar la acción de curar: ¿consiste en organizar, seleccionar,
colgar#, legitimar?” Probablemente, como muchas definiciones de roles
dinámicos, la respuesta a esta pregunta haya variado a lo largo del
tiempo. Los primeros curadores fueron encargados de “conservar” las
obras, esto implicaba mantenerlas en buen estado desde su aspecto más
material (que no las dañara la luz o la humedad) hasta su aspecto más
simbólico (investigar sus condiciones de producción, documentar su
devenir por los museos, etcétera).
Lejos ya de ese debate y con la difusión de nuevos espacios desde los cuales acceder a las obras, Victoria Noorthoorn,
curadora del MALBA# en ese momento, definía así su rol: “hay dos
concepciones del curador como generador de posibilidad (...). Uno es el
trabajo de curador como mediador entre el artista y el público. Por
otro, el curador en una situación de catalización y provocación en el
trabajo (...). O sea un tra
bajo de intercambio de ideas y provocación de
uno en uno, artista-curador, donde también se pierden un poco las
nociones de artista-curador y se convierten en dos personas dialogando”.
Como ejemplo, la curadora relata una experiencia vivida en la galería
White Box de Nueva York donde le tocó curar una muestra que se
presentaría en el verano, mientras la galería se encontraría cerrada. El
marco desde el cual el público acced
ería a la muestra sería el de la
ventana de modo que, además de las obras de arte, ubicaron espejos que
pudieran reflejar las obras para ser vistas desde ese marco.
El curador aparece entonces como un meta-artista, quien mediando
entre los destinatarios y los autores prepara la experiencia escénica y
construye, en ese acto, una nueva idea de autoría.

El docente como productor: hacia el autor-curador
Evidentemente todos los docentes somos coleccionistas: seleccionamos
actividades, libros de texto, aplicaciones, etcétera. Ahora bien,
¿cuáles son las posibilidades de un docente para convertirse en autor de
sus propios materiales? y, en tal caso, ¿por qué sería valioso hacerlo?
La personalización del aprendizaje y la actualización de contenidos
en función del contexto de un grupo determinado hace que el rol de
docente-autor tenga un valor primordial en medio de la sobreabundancia
de información a la que están expuestos hoy los estudiantes. Esto le
otorga relevancia al docente como autor-curador para ofrecer no sólo un
recorte de la información adecuado a su grupo de alumnos, sino además
una amplitud de modos semánticos que posibilite a cada uno acercarse a
los contenidos a través de los formatos con los que se sienten más
cómodos y, al mismo tiempo, valorar el aporte de cada lenguaje (¿una
imagen vale más que mil palabras?, ¿todos podemos procesar información
en cualquier formato?, etcétera).
Además, diseñar un material didáctico implica, necesariamente,
diseñar también un modo de acercamiento de los estudiantes a los
contenidos, es decir que no se trata sólo de ofrecer explicaciones sobre
los conceptos sino también controversias, interrogantes, datos para el
análisis, etc. articulados en un diálogo donde el material didáctico se
complete con la intervención de los alumnos.
La metáfora es por demás generosa y vale la pena explorarla como una
invitación a reinventar los modos de construirse en docente-autor.
Desplegar la imaginación para disponernos a montar la “puesta en escena”
a partir de la cual los estudiantes se acerquen a los contenidos, es
decir, estructurar los recursos y planificar los procesos mediante los
cuales los estudiantes interactúen con él con el fin de enriquecer la
experiencia de aprendizaje .
Planificar los modos de apropiación de los conceptos que van a
ofrecer, seleccionar los materiales más adecuados para ellos elegir las
herramientas para armar el diseño y, finalmente, montar la estructura
que dé soporte al nuevo material didáctico otorgan un lugar jerarquizado
al docente con ganas de experimentar otros dispositivos para la
enseñanza.
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