Discográficas, productoras de cine y proveedores de Internet intentan coaccionar la educación norteamericana para evitar que las personas compartan cultura. EEUU enseñará que compartir es malo.

La decisión de la DGE mendocina de violar la constitución provincial obligando a las alumnas a practicar actos de religiones que no profesan generó un debate sobre distintas problemáticas sociales, sobre todo de cuestiones referidas a la educación, de cuán bien estamos las adultas y cuán mal están las adolescentes. Existen muchas personas que creen que si la escuela te obliga a ir a una misa en realidad estás cumpliendo con las costumbres de Mendoza y no yendo a misa.

Es curioso cómo en lugar de notar que están obligando a las niñas a practicar una religión, hablan de costumbres. Si fuera católica, me sentiría muy discriminada si alguien dijera que mi fe es una costumbre. Pero bueno, ése es otro debate. El tema que traemos hoy está íntimamente vinculado a lo que decía más atrás y es la utilización de la educación para crear ciertas pautas de conducta en las chicas.

Cuando nacemos, venimos vacías de cultura, no tenemos idioma, no tenemos prácticas sociales, no tenemos modales, no tenemos todo eso que aprendemos y desarrollamos en interacción con las otras integrantes de nuestro entorno. Una bebé no tiene un idioma en su carga biológica, así como tampoco el impulso de usar una determinada marca de ropa. Es por esto que los primeros años son cruciales para inculcar en las niñas determinadas prácticas, que más adelante tomarán como “naturales”, esto significa que las tomarán como la única alternativa, en este sentido, la cultura se vuelve transparente, invisible: no notamos que usamos ropa y hablamos un determinado idioma porque lo aprendimos de pequeñas. Simplemente lo hablamos, andamos por el mundo vestidas, y nos llama la atención cuando alguien no habla nuestro idioma o va desnuda por la vida.

Alberto Bistué

Dice Alberto Bistué, a quien considero una de las mejores humoristas de la provincia, que si comparamos la vida con un partido de fútbol, la infancia es el primer tiempo y tres cuartas partes del segundo. Me parece una concepción brillante. Eso que nos sucede en la etapa de crecimiento y en la que nos “llenan” de cultura, es determinante en lo que resta de nuestras vidas.

Planteos como el de incluir una determinada religión como acervo cultural, son similares a incluir en el acervo una determinada ideología (de hecho ambas funcionan de manera similar) y distan mucho de comprender cuán hondo calan estos conceptos cuando somos niñas. Las norteamericanas lo han entendido muy bien, y educan en determinadas temáticas desde la niñez, para luego repetir durante toda la vida, ciertos conceptos que utilizan para sostener el statu quo de esa sociedad.

Es conocido a nivel mundial que educan a sus niñas planteando que ciertos lugares estratégicos -por tener reservas de agua, petróleo o ser de utilidad a nivel militar- son patrimonio de la humanidad. Según han estudiado, educar a sus niñas diciendo, por ejemplo, que las mayores cuencas acuíferas del mundo son patrimonio de la humanidad, disminuye la resistencia social de las niñas a contiendas bélicas declaradas con el objetivo de obtener dominio total sobre esas zonas. Si especulamos un poco en los motivos y objetivos, podríamos decir que buscan erradicar el problema que tuvieron con Vietnam, donde el pueblo norteamericano se oponía tajantemente a la invasión comenzada y sostenida por su gobierno.

Actualmente en EEUU se está dando una nueva batalla para incluir entre los contenidos con que se esculpe la cultura de las niñas, la idea de que compartir es una conducta inapropiada. Quienes impulsan la iniciativa son nada más y nada menos que las principales damnificadas por la cultura de compartir. Gente que basa su modelo de negocios en algo tan absurdo como el egoísmo.

Se trata de las mega empresas que componen la industria discográfica y cinematográfica norteamericana junto a las mayores proveedoras de Internet de EEUU.

Todo está centrado en inculcar a las niñas la idea de que compartir es una forma de robar, de que se trata de algo verdaderamente malo. Según trascendió, compartir está calificado como algo más grave que copiar en un examen, que es una de los tabú más fuertes que se tiene en la niñez en el entorno educativo.

De esta manera se busca desalentar desde la niñez la práctica de descargar música, libros, películas y otras producciones culturales, así como compartir aquellos materiales de este tipo que hayan sido comprados por quienes las tienen en soporte físico. Se trata de otro manotazo de ahogado de un modelo de negocios decadente. En este sentido, el mundo de las industrias culturales tiene mucho que aprender de proyectos como Netflix o Grooveshark que han logrado gran sustentabilidad basando sus ingresos en servicios, cuestión que replica el esquema de producción del movimiento del software libre, que centra sus ingresos en productos asociados al producto que origina el vínculo comercial.

El sitio FayerWayer consultó sobre la iniciativa a Mitch Stoltz, abogada de propiedad intelectual de la Electronic Frontier Foundation, quien contestó que la iniciativa “sugiere falsamente que las ideas son propiedades y que crear en base a ideas de otros siempre requiere solicitar permiso. El mensaje es que las estudiantes deberían gastar más su tiempo no en crear, sino en preocuparse en su impacto en las ganancias de las empresas”.

Se trata de una iniciativa verdaderamente grave que busca (de)formar intelectualmente a las niñas para que estos no deseen compartir, un acto fraterno, social, cotidiano, que al mismo tiempo está presente en lo más básico de la socialización.

Stoltz agregó en la charla con el portal de noticias mencionado, que “Justin Bieber se hizo famoso por cantar canciones de otras personas sin permiso en Youtube. Bajo este currículo deberían decirle que lo que hizo fue ‘malo’, que ‘robó’ y que podría terminar en la cárcel”.

El portal de noticias Wired, menciona en una nota al respecto que las impulsoras de la iniciativa no incluyeron en ella la doctrina del uso justo. Esta doctrina, que proviene del derecho anglosajón, permite reproducir limitadamente cualquier obra protegida por el derecho de autora sin pedirle permiso a nadie, contemplando esta práctica bajo el derecho a la libertad de expresión. Esta reproducción puede realizarse, según la doctrina, cuando el objetivo de la reproducción es realizar una crítica, un comentario o tiene fines investigativos/educativos, así también como referencia para una noticia.

Según las impulsores de la iniciativa, las niñas no tienen habilidad para comprenderlo. Son extrañas las niñas norteamericanas, ¿no? Son capaces de comprender que compartir es malo porque daña a las industrias culturales pero no la libertad de expresión.

Las industrias y empresas dominantes, establecidas, deberían estar pensando cómo sostener sus producciones basándose en nuevas alternativas, tal como los proyectos que nombramos más arriba, y no en cómo tapar el sol con un dedo

Autor

Pablo Lozano