En una entrevista con,
el psicoanalista Jorge Schvartzman, autor del libro “Tenemos Internet,
Dios no ha muerto”, analiza los cambios que las nuevas tecnologías
provocan en nuestras vidas. Asegura que la adicción dependerá de la
personalidad de cada uno y de las ilusiones que depositemos en ellas.
Augura, además, cambios en nuestra forma de pensar y actuar y dice que
ya no hay vuelta atrás. “La pregunta no es qué nuevos artefactos
tecnológicos usaremos sino cómo seremos, y pronostico que seremos muy
diferentes”, anuncia.
Además, cuenta que renunciamos a usar
nuestro sentido de la orientación en el afán por conectar el GPS y que
la inmediatez de Google llevó a nuestra capacidad de recordar a un
segundo plano, superada por la necesidad de procesar grandes cantidades
de información.
En promedio, miramos el celular
150 veces por día. ¿Considera que esto es una compulsión, una nueva
adicción o una nueva costumbre?
Es muy difícil
generalizar. Nos hemos acostumbrado a hacerlo no por necesidad sino por
un deseo o ilusión de estar enterados de todo y también de alejarnos de
la realidad exigente que nos rodea. Además, por la fascinación que
produce la brillante pantalla, resto de una tendencia pretérita humana.
Cuando su privación produce angustia y no se puede soportar su carencia,
estamos en presencia de una adicción.
Tendemos
a culpar a la tecnología por sus efectos negativos y apuntamos menos a
nuestra responsabilidad en el uso que hacemos de ella y cómo la
incorporamos a nuestra vida. ¿Por qué nos genera tanta fascinación estar
hiperconectados?
La
fantasía de estar hiperconectados (estamos desconectados de lo más
cercano que nos rodea y de nosotros mismos) responde a la ilusión
infantil de tener todo bajo control, de que no haya secretos para
nosotros y de alejarnos de un sentimiento temido y evitado: sentirnos
excluidos.
Además, el término de “estar conectado” es equívoco: se
lo promociona -sobre todo en los medios de comunicación- como un gran
avance de la humanidad, aunque actualmente estamos muy
desconectados de nuestros sentimientos amorosos, a los que consideramos
peligrosos por la posibilidad de causarnos intensos sufrimientos.
Como la conexión amorosa, de entrega a otro, es evitada, lo único que
queda es la virtual, que no conlleva ningún peligro ni riesgo, donde
cada uno está refugiado en su celular o computadora. La posibilidad de
frustración es mínima porque el otro poco importa, y la gratificación
también es pobre.
¿Cree que existe alguna
relación entre el crecimiento de las posibilidades de conexión y
comunicación con el auge de las técnicas de relajación y meditación?
Estas
técnicas buscan una salida a lo que presenta la sociedad actual. Pero
las tecnologías son sólo herramientas para facilitarnos la vida, el uso
que le damos es la consecuencia de un individuo contemporáneo inseguro,
frágil y asustado al que le resulta muy difícil vivir y amar.
La
tecnología puede ser muy frustrante si se espera de ella mucho más de lo
que puede dar, por ejemplo, cuando se depositan expectativas desmedidas
o fuera de la realidad que corresponden a fantasías personales. Al
mismo tiempo, promueve ilusiones que no se concretan. Pero hay que
aclarar: la tecnología de por sí no produce patología, esto dependerá de
la personalidad de cada individuo y cuáles son las ilusiones que
depositó en ella.
Entendemos que la tecnología
“democratizó” conocimientos y nos da acceso a incontable cantidad de
información. Pero el hecho de que podamos encontrar “todo” en la Web,
¿disminuye nuestra capacidad de recordar y “achica” nuestra memoria?
En la medida que en la Web podemos encontrar “todo” el conocimiento, el esfuerzo de memorizar ya no tiene sentido ni demasiado valor. Por un lado, nos volvemos más cómodos: ya no tenemos necesidad de esforzarnos para retener algo.
Otro
problema al que nos enfrentamos es la dificultad de concentración y la
tendencia a la dispersión. La tecnología actual se mueve mandando gran
cantidad de estímulos al mismo tiempo, generando en el usuario una
nueva manera de pensar y de trabajar. Vemos individuos jóvenes capaces
de hacer muchas cosas al mismo tiempo sin poder profundizar alguna.
Entonces, lo que empieza a valorarse más es la capacidad de procesamiento y de elaboración de tanta información. Esto representa un serio problema y un desafío para la educación clásica que ha quedado totalmente atrasada.
Más
de una vez tuve la sensación de querer que un libro en papel incluya
las teclas CTRL+B y pueda buscar una cita sin tener que releer toda la
novela y con resultados al instante, tal como hago las búsquedas en
Internet… ¿Con Internet nuestra mente se vuelve perezosa?
Absolutamente.
La tendencia humana es la ley del menor esfuerzo. Tengo que decir que
hay facultades que estamos perdiendo, pero creo que este momento de
transición nos llevará a que desarrollemos nuevas capacidades. El
cerebro es un “músculo” sumamente elástico que posee recursos
insospechados que irán surgiendo mientras otros, por el avance
tecnológico y la falta de uso, van caducando.
¿Cuáles son estos recursos?
Hay
recursos que fuimos perdiendo por el uso de las nuevas tecnologías,
como la capacidad de concentración y profundización de una temática
determinada: el esfuerzo de recordar fue sustituido por la facilidad de encontrar la respuesta inmediatamente con un clic en el celular.
Como desarrollo de nuevas facultades, tendremos la capacidad de
trabajar y de pensar diferentes cuestiones al mismo tiempo o saber
encontrar fácilmente en el exceso de información algo que nos interese.
Todas
estas preguntas me llevan a afirmar que el ser humano se va
transformando en su manera de pensar y proceder, algo que ya no tiene
vuelta atrás. El interrogante no es tanto qué nuevos artefactos
tecnológicos usaremos, sino cómo seremos, y pronostico que seremos muy
diferentes. La ciencia ficción casi siempre jugó con el
desarrollo de increíbles tecnologías, dejando de lado el efecto
transformador que producen. Claro que la estructura básica del ser
humano, la que vive en conflicto con las presiones sociales e internas,
la que necesita amar y ser amado, la que sufre por no poder satisfacer
sus deseos, a esa, la considero inamovible.
¿Qué sucede con el sentido de la orientación en relación a la creciente “dependencia” del GPS?
Renunciamos
a usarlo. Lo seguimos teniendo y forma parte de nuestras capacidades,
pero si no lo usamos quizá lo iremos perdiendo. Nos convertimos
en seres cada vez más desprotegidos al renunciar a muchas facultades que
poseemos y volviéndonos absolutamente dependientes de las nuevas
tecnologías que irán reemplazando las que habitualmente usamos.
Algunas nuevas tecnologías terminan funcionando como prótesis, muletas
imposibles de renunciar a ellas.
Las fotos
hackeadas, es decir, robadas y publicadas en Internet sin autorización,
son un fenómeno de época. En un ida y vuelta de la realidad a la
ficción, personajes famosos o desconocidos experimentan estos “nuevos”
riesgos: los gurúes de Internet cuentan cómo evitar que otros vean nuestros videos íntimos, Cameron Diaz filmó una película sobre una pareja que sufre esto y los amigos debaten si hay que filmarse o no en la cama. ¿Qué reflexión le genera este tema?
Acá
surge la confusión entre la intimidad y la exhibición, algo muy
frecuente con las nuevas tecnologías y, sobre todo, con la facilidad que
ofrece para exhibirse. Todo el mundo tiene derecho a conservar sus
actividades y prácticas personales sexuales en la intimidad, mientras el
otro no resulte dañado ni tenga sufrimiento. Pero se ha perdido el
límite entre lo que es de uno, lo que hay que cuidar y preservar como
secreto muy íntimo y lo que se muestra, y sucede más entre los muy
jóvenes. No creo que esas fotos robadas (lamentablemente) incentiven
para que muchas personas se cuiden más, sino que provocarán un deseo de
mayor exhibición, como identificación con los personajes famosos.
La
joven actriz Jennifer Lawrence, protagonista de Los Juegos del Hambre y
ganadora del premio Oscar, salió en la tapa de Vanity Fair asegurando
con las fotos que le robaron de iCloud y “filtraron” en Internet se
trató de “un crimen sexual, una violación”. Nos interesa poner el foco
en lo que puede ser una “nueva” problemática de violencia de género.
¿Cree que esto es así?
No diría que es un crimen sexual, y
sí una violación de la intimidad. Haría una distinción entre delito y
crimen: crimen es la acción de herir o matar a otra persona, en cambio,
un delito es cualquier ruptura de las leyes escritas que permiten la
convivencia. La violación de la intimidad es un delito y es tan dañina
porque todos tenemos deseos de exhibirnos y, al mismo tiempo,
necesitamos ocultar ese deseo por pudor o vergüenza. El espacio
íntimo es una de las áreas más necesarias para la preservación de la
salud mental y la estructura psíquica, algo que en la actualidad es un
concepto muy difuso, donde no hay un gran deseo de cuidar ese espacio.
¿Por
qué las personas se muestran indignadas frente a esto pero continúan
viendo las fotos, tal como sucedió en nuestro país con los videos
íntimos de Silvina Luna y Florencia Peña?
No es de
extrañar, ya que muchas veces lo que se declama para afuera es una
severa moralidad que esconde el secreto placer de la mirada
voyeurística. Todo esto ha tenido tanta repercusión social porque
precisamente “desnuda” esos deseos de miles de espectadores que
disfrutan de la fantasía de haber visto lo que está prohibido: lo que
está guardado, oculto y salió a la luz. Aunque no es lo mismo -ya que
son fotos provocativas o eróticas- como fenómeno actual se acerca a la
atracción que ejerce lo pornográfico.
Si bien éste trata al cuerpo
como un trozo de carne o un ejercicio gimnástico, la fantasía que
genera el hecho de haber sido robadas es la misma. El espectador desea
verlas porque esas fotos prometen, además de la excitación sexual -que
no es la mayor motivación-, la ilusión de ver algo que está prohibido
ver, que no es para vos, que no te corresponde, algo que estaba oculto y
ahora lo podés contemplar. ¿No estamos hablando del placer de
contemplar algo que sabemos que está prohibido? Cuanto más prohibido es,
más deseo genera. Esto forma parte de la naturaleza humana.
El
doctor Jorge Schvartzman presentará su nuevo libro “Tenemos Internet,
Dios no ha muerto. Nuevas tecnologías desde la mirada de un
psicoanalista” (Psicolibro ediciones) el jueves 30 de octubre a las 21
horas en la Asociación Psicoanalítica Argentina (Rodríguez Peña 1674).